miércoles, febrero 01, 2006

Las puertas del mar

Un acre aroma a sal asaltó sus fosas nasales; tardó unos segundos en reconocerlo, era el olor del malecón. ¿En plena ciudad? ¿A cientos de kilómetros del mar? Levantó la mirada, a su lado un hombre moreno con la piel brillante de sudor tarareaba un son cubano mientras manipulaba una jeringuillla. Por el rabillo del ojo creyó distinguir unas palmeras balanceando suavemente sus hojas. Volteó rápidamente; los árboles seguían helados, la gente se apresuraba a guarecerse del viento glacial, mas en su alrededor los olores de la costa iban inundandolo todo. Había aroma a mango y a coco; a sudores almizclados y a arroz con plátano frito. El viejo portal se hacía cada vez más ajeno. Un suave reberverar lejano y tumultuoso iba adormeciendo su consciencia. Cerró los ojos y se dejó llevar recordando aquel verano que jamás habría querido abandonar, aquel amor pasajero que tanto añoraba. Y recordó su risa, sus ojos brillantes, su piel bronceada, las promesas que se diluyeron en una noche de tempestad. Sintió sus labios sobre los suyos y ya no quiso despertar.